Pila San Vicente Ferrer

Varios intentos de asesinato del maestro Vicente Ferrer

«El librito…te amargará en el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel» (Apoc 10,9). El anuncio de la Buena Noticia conlleva gozo, pero también amargura por el rechazo deliberado a la predicación. Las predicaciones de la Verdad evangélica de San Vicente Ferrer, no siempre fueron unánimente aceptadas. En algunas ocasiones fueron no sólo resistidas, sino que además fueron rechazadas con intentos de asesinarle. Y así sus biógrafos nos hablan de varios que sufrió a lo largo de su vida.

 

Unos de ellos fueron en sus recorridos en 1401 y 1402 por ciertos valles del ducado de Saboya. Andanzas a las que se refirió en su hermosa carta mandada desde Ginebra a su Superior con fecha del 17 de diciembre de 1403. Pero algo de lo que ocurrió en ellas lo conocemos por la testificación en su Proceso de Canonización en Toulouse del dominico Egidio Morelli. Entre otras cosas dijo que recordaba haber oído decir a un tal Mila, integrante de la Compañía, que el Maestro había llegado a un valle, llamado la Vall Puta, en el que había algunos idólatras a los que predicó la Palabra de Dios.

 

Pues bien, aconteció que los señalados infieles le profirieron por las noches insultos y amenazas, y en la casa en que descansaba con sus acompañantes con espadas y lanzas subieron al tejado, y quitaron la techumbre y creían que podrían matarlo; pero no pudieron. Y, así, por dos o tres veces en aquel valle lo quisieron matar y no pudieron, según el dicho Mila vio y presenció.

 

Y es que, algunas de aquellas gentes se resistieron a sus predicaciones y a todo lo que ello implicaba de cambio de vida y costumbres. Según la tradición, precisamente por dichas predicaciones la Vall Puta -Puta era una antigua diosa protectora de la poda de los árboles- hacia 1469 y 1478 pasó a llamarse la Vall Pura, la actual comuna de Val-du-Puy-Vallouise, junto con la que a partir de la segunda mitad del XVI se denominó Val-du-Puy-Saint-Vincent (cantón de L’Argentière-la-Bessée, Pays des Écrins, en la francesa región de Hautes-Alpes).

 

Otro intento de asesinarle del que hay constancia fue en la segunda mitad de 1412, en tiempos posteriores al Compromiso de Caspe. Es evidente que la sentencia de los compromisarios no podía agradar a todos, y menos al conde de Urgell. Dejando de lado desmesuradas afirmaciones al respecto de algunos historiadores catalanes de la segunda mitad del siglo XIX, por una parte hay que señalar la impopularidad en amplios sectores del señalado conde de Urgell por la antipatía que inspiraba el carácter violento y egoísta de su madre, el asesinato por sus partidarios del arzobispo de Zaragoza, sus tratos con los musulmanes granadinos y su relaciones con el Papa romano Juan XXIII, inadmisibles a los ojos de los decididos seguidores del Papa Benedicto XIII. Algunos biógrafos recogen un encuentro del Maestro Vicente con el mencionado conde y su desvelamiento y reprensión por haber matado a su hermano y así poseer sus derechos, pues si este viviese no podría haber alegado ningún derecho en el problema sucesorio de la Corona de Aragón; pero también es probable que sea un mero recurso de ciertos autores para reforzar la idea que no reunía las necesarias condiciones. Algunos hagiógrafos cuentan, aunque quizá no sea del todo verídico, que en dicho encuentro tildó de “hipócrita maldito” al conde y le puso de manifiesto los secretos de su poco ejemplar vida. E inclusive el intento de asesinarle por parte de sus partidarios en los caminos de Lérida.

 

Pero además hubo otro, según depuso un tal Bernardo en el Proceso de Canonización en las sesiones celebradas en Nápoles. Los días que estuvo en la ciudad de Lérida -posiblemente en 1414- por su predicación todas las meretrices de aquella región abrazaron la vida recta y habían dejado los lupanares. Mientras el Maestro Vicente estaba en camino hacia Balaguer, acompañado por un numeroso grupo de integrantes de su Familia, vio a lo lejos a gentes fuertemente armadas y, volviéndose a los que iban con él, les dijo: «Mirad a aquellos que vienen hacia nosotros armados para matarme. Son los alcahuetes de las meretrices convertidas a la vida buena». Sus acompañantes le dijeron que iban a defenderle hasta la sangre. Sin embargo, el mismo Maestro no quiso que hicieran nada, sino que se apartaran, mientras él esperó a aquellas gentes. Al acercarse, él mismo les hizo la señal de la Cruz; hecha la cual, dejaron rápidamente las armas y fueron a reverenciar al Maestro y, convertidos, le siguieron como otros de su grupo.

 

Según sus hagiógrafos aún sufrió uno más. Fray Vicente en 1416 prosiguió su actividad apostólica y estando en la francesa Toulouse, fue a hacer un sermón en la iglesia de las monjas clarisas, cuando ordenó -como era su costumbre- que salieran todos, a fin de hablarles sólo a las religiosas. Todos obedecieron excepto una mujer que se escondió. El Maestro la descubrió y mandó sacarla del templo. Esta se molestó. Fue a casa y lo contó a dos hijos suyos, quienes ante lo que consideraron una ofensa, tomaron armas y fueron a buscar al predicador para matarle. “Pero cuando teniéndole ya a los ojos, quisieron ejecutar tan enorme sacrilegio y echar mano a las armas, de repente se les secaron los brazos como si fuesen de palo”. Los agresores se arrepintieron de sus intenciones, cayeron de rodillas ante Vicente y este les dijo: “Decid a vuestra madre, que se confiese de tres pecados gravísimos de los que está cautiva, y confesándose ella cobrareis vosotros la salud que deseáis. Obedeció la madre, y sanaron los hijos”.

 

Es que San Vicente, como otro San Pablo, tuvo que soportar estos intentos de asesinato, como los han sufrido y sufren también actualmente algunos predicadores del Evangelio.

 

Alfonso Esponera Cerdán

Centro de Estudios sobre San Vicente Ferrer Valencia

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